domingo, 7 de abril de 2019

Agua...


El agua corre por mi cuerpo. Siento el agua hirviendo sobre mi piel, erizada por el contraste de temperaturas. Siento como las heridas van brotando, pidiendo ser limpiadas por ese flujo de agua. ¡Imposible! Ni el mar más salado podría con ellas ahora.
Me toco todo el cuerpo, con firmeza, intentando tener algún tipo de pista sobre la percepción que tengo ahora de mí misma; como persona, como mujer. Tan solo percibo escozor.
Mis poros se abren a consecuencia del vapor que desprende mi cuerpo y como consecuencia observo como coge estructura en forma de lágrimas en los azulejos de la pared. Las paredes también lloran, ellas de placer, yo de…
Doy un fuerte golpe, queriendo cerrar el grifo con máxima rapidez, escuece.
Me siento sobre la tapa del váter, acogida por mi toalla de color turquesa. Doy tiempo suficiente para que mi cuerpo comience a secarse de manera natural, dejando que la toalla me envuelva, me abrace.
Abro los ojos y voy hacia la habitación, dejando huellas a mi paso por toda la casa. Me siento en la cama y miro por la ventana. Llueve en Madrid. Quizás podía haber salido a la calle y purificarme con esa agua que la madre tierra nos ha regalado, pero no. Tengo que sentirlo.
Una emoción es universal, un sentimiento es individual. Tan solo nosotros podemos saber cual es la mejor manera de bailar con él.
Empezamos a crecer dentro de un lugar acuoso, el vientre de nuestra mamá. Solo conectando con ello de algún modo, volvemos a conectar con la vida

                                                                                                                                 Agua…


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