No hay nada más peligroso que una persona enamorada de una “Utopía” y entregada totalmente a ella.
No hay nada más desafiante que grupos humanos que siguen manteniendo su empuje, sus ganas y su entusiasmo por transformarse a sí mismos y mejorar el mundo.
Si algo no tolera el poder es la insistencia, la permanencia y la terquedad de quienes, “permanentemente descontentos pero alegres” extienden y propagan un Mundo muy diferente del que ya son primicia.
No hay nada que pueda vencer al sencillo pero impresionante gesto de quienes, sin salirse ni evadirse de la realidad, no son absorbidos ni disueltos en ella.
Personas cuyas vidas, en los más simples gestos y acciones de cada día, son un vivo testimonio, una manifestación clara y una expresión diáfana de que “se puede ser y vivir de otra manera”.
Nada hay en este mundo que pueda vencer a quienes, desde el corazón, con las manos abiertas y levantando su mirada al cielo, gritan con la misma fuerza del viento:
“Yo soy Entusiasmo. Yo soy la intención amorosa de la semilla por germinar aunque la escarcha haga tiritar de frío mis pétalos o el sol abrase luego mis frutos”.
La evolución no sólo es posible sino inevitable.
La pérdida de esperanza es señal inequívoca de nuestra progresiva, sutil e imperceptible acomodación e instalación en un sistema que nos mantiene hipnotizados, dormidos y alienados.
El reto de la esperanza no consiste en esperar sino en adelantar eso que se “a-guarda”. Esto convierte el tiempo de la esperanza no en un tiempo de espera sino de acción y movimiento.
“El tiempo de la esperanza no es el tiempo de la espera cuando lo que se espera ya está aquí, en nosotros, aunque sólo sea a manera de esbozo”.
Así como “la esperanza no espera, sino que adelanta” la utopía es la encarnación de las aspiraciones, el contagio de los anhelos, la actualización de las potencialidades, la realización de las posibilidades.
La persona utópica es, esencialmente, una persona realista ya que hace real, porque los vive, los ideales a los que aspira y, lejos de ser un iluso o soñador, es siempre alguien despierto y lúcido que despierta y aviva la conciencia de otros.
El utópico es realista no porque pida lo imposible sino porque atestigua con su vida la posibilidad de lo que propone y la belleza de todo aquello que hace consiste, precisamente, en que algo de la Utopía y de la Verdad pase a la realidad.
Textos del libro: LA SABIDURÍA DE VIVIR (2ª ed.) Editorial Desclée